viernes, 28 de agosto de 2015

Ángel&Demonio - 1

Capítulo 1



‘’Se dice que el arcángel Miguel y Lucifer parecen hermanos.
La gente cree que un demonio es mucho más poderoso que un ángel.
¿Pero no es posible que un ángel aparente ser un demonio para poder luchar?
Nosotros ocultamos nuestras identidades al igual que hacen los criminales… para atraparlos.
No encontraran nuestros nombres por más que busquen en los archivos policiales ni en cualquier otro.
Solo tenemos una meta, hacer de este mundo… un mundo más seguro para todos.’’



Observaba a través del monitor sentada en su escritorio. Uno de sus mejores hombres acechaba a su siguiente víctima.
─Debería de bajarse en esa parada, síguelo y estate atento –habló a través del micrófono.
─Entendido –respondió la voz masculina.
Subinspector Pedro Domínguez, era y es de los mejores hombres en el cuerpo. A pesar de sus más de cuarenta años seguía al pie del cañón protegiendo a los ciudadanos.
El perseguido se levantó algo nervioso camino a una de las tantas puertas del metro, se detuvo. Con gafas de pasta y una mochila bastante amplia colgada de su espalda era difícil perderlo de vista. Pedro, con disimulo, dejó el periódico en el asiento y se colocó tras él a una distancia prudencial, esperó.
─Ya sabes el camino, se dirige hasta el hotel Buena Vista, no lo pierdas y, por supuesto, que no te vea. –se colocó su largo pelo oscuro para que no le dificultara la visión del monitor.
─De acuerdo jefa de división –respondió Pedro saliendo del metro tras el sospechoso.
Cambió de cámara hasta visualizar las del hotel donde se dirigía el sospechoso.
─Jefa están entrando los compradores al hotel –dijo la agente García a través de su micrófono.
Veía como se acercaban dos hombres corpulentos de unos treinta años. Javier Vila y su mano derecha, Martin Vidal. La mano derecha de Javier Vila traía consigo un maletín metálico sujeto por su mano izquierda.
─Bienvenidos –dijo la chica.
Los dos asintieron con la cabeza devolviéndole a la chica el saludo. Martín Vidal le dio la tarjeta de crédito a la chica junto con su identificación personal. Pasó la tarjeta de crédito por la máquina. Introdujo algunos datos en el ordenador para ver en que habitación se hospedaban. Los dos hombres parecían impacientas por las veces que ojearon sus relojes durante el tiempo que la chica tecleaba. Le sonrío a ambos. Con disimulo cambió la tarjeta de crédito por otra que tenía escondida debajo del teclado.
─La reserva de la suite ya está confirmada –sonrió- Que disfruten su estancia en nuestro hotel –dijo dándole la tarjeta de crédito junto a la identificación de identidad y la llave de la habitación.
En ese momento, cuando los dos hombres empezaron a alejarse, entró el vendedor con su mochila acuestas. Tras él, siguiéndolo cuidadosamente, Pedro. Los dos agentes se hicieron un leve gesto. Pedro siguió caminando hasta el mostrador quedando frente a su compañera.
─¿Puede darme un periódico? –preguntó.
─Por supuesto señor –dijo la chica alcanzando un periódico debajo del mostrador y metiendo entre sus páginas la tarjeta de crédito cambiada con el comprador.
─Gracias –agradeció el agente con su eterna sonrisa.
Se desplazó hasta uno de los muchos sillones donde los clientes podían descansar con un café en la mano.
─Ya estoy aquí. –habló Pedro a través de micrófono para que le escuchasen todos los agentes.
─Parece que hoy va a llover –dijo la chica hablando con su compañero- Deberíamos de cenar esta noche, pero invitas tú –dijo desapareciendo del mostrador y entrando en la zona de empleados.
Se acercó una camarera hasta Pedro.
─¿Desea algo de tomar? –preguntó la joven camarera.
─Un café estaría perfecto –sonrió de nuevo.
En la oficina, la jefa de sección estaba atenta a cualquier movimiento sospechoso.
─La misión de hoy es para confirmar al vendedor, no lo olviden. –los reprendió.
Los agentes de volvieron a la seriedad.
Bien, ya hemos terminado por hoy. –dijo la morena- Descansad, mañana será duro –se despidió de los chicos.
Apagó el monitor junto con su portátil. Ordenó los papeles revueltos sobre su escritorio guardándolos en uno de los cajones. Cerró con llave el cajón y salió de la oficina. Camino del ascensor fue despidiéndose uno por uno de sus subordinados.


Cabizbajo, serio, subía la cuesta que recorría todos los días. Ese camino que le llevaba a casa. El olor a cannabis, a alcohol o el mismo olor fuerte y desagradable de las prostitutas día si, día también. Ni las palabras llenas de segundas intenciones de las mujeres haciéndole precio, ni el drogadicto regateando su dosis diaria de heroína le hacían cambiar su gesto.
 Entró en el portal y subió las escaleras, de nuevo el ascensor estropeado. Al llegar a su puerta, el móvil comenzó a vibrar. Lo sacó de su bolsillo, la pantalla iluminada con el nombre de Pepe parpadeando. No lo cogió, nunca lo cogía. Entró en su casa dispuesto a dormir. Un día menos.

Aparcó el coche cerrándolo bien. El día había sido muy provechoso. Tenían al comprador y al vendedor bien vigilados. Pulsó el botón del ascensor que la llevaría hasta su casa. Saludó a varios hombres vestidos con traje y maletines en la mano. Un buen barrio, la costumbre de ver a gente de su nivel era algo con lo que creció desde pequeña.
La puerta del ascensor se abrió y salió. En la puerta de casa esperaba una mujer de pelo corto.
─Te hacía cenando con los compañeros –dijo la morena abriendo la puerta de casa.
─¿Estás celosa? –preguntó socarrona.
─En lo absoluto, sabemos lo que hay, ni más ni menos –respondió dejando las cosas claras por décima vez.
─Dime, ¿estaba guapa vestida de señora hotelera? –preguntó entrando tras ella.
─La verdad Susana García es que tenía cosas más importantes en esos momentos –esa contestación no le gustó a la chica.
─Así que ahora tenemos que llamarnos por nuestros nombres completos –hizo una pausa acercándose – Perdone usted señorita Celeste Montes, hija del comisario Montes…
Susana agarró a su jefa de la parte trasera del cuello empujándola hasta ella. Se quedaron mirando unas milésimas de segundo para seguidamente besarse. Un beso lleno de ansia. Mezcla de rabia y pasión. Dando tumbos entre las paredes del hogar recorrieron todos los pasillos hasta llegar a la habitación de Celeste. Susana, conocedora de cada esquina de la casa, llevó la batuta en todo momento.
La falda de Celeste, su blusa y sujetador quedaron a los pies de la cama. La amante de pelo corto dejo salir todos sus atributos tras tumbar a su jefa en la cama despojándose rápidamente de sus prendas. Miró el cuerpo desnudo de Susana mientras ella se despojó de la última prenda que cubría su sexo.
─Ven y cómemelo –ordenó Celeste llevando una de sus manos hasta la vagina húmeda.
─Lo que usted diga señora –volvió a decir con su inseparable recochineo.
Las manos de Susana la agarraron por los muslos atrayéndola con un tirón seco. Le sonrió acariciando los fuertes muslos. Los dedos de la mujer viajaron desde los muslos, pasando por el interior y quedando en el pubis.
─Come. –ordenó Celeste.
─Tranquila, esto hay que hacerlo con tranquilidad, despacio. –sonrió pícara acariciando las ingles de su jefa.
─No quiero tranquilidad, solo come. –se le escapó un pequeño gemido al notar el contacto de los dedos sobre sus labios.
─Estás muy húmeda. –dijo Susana llevándose dos dedos hasta su boca, saboreó los jugos redondeando con la lengua en el interior de su boca- Exquisito… -era tan obsceno verla degustar con gula sus dedos llenos de flujo femenino.
Quería hacer sufrir a Celeste con esos gestos, sabía que le encantaba y a la vez la sacaba de sus casillas. Lentamente besó la cara interna de los muslos sin dejar de mirarla. Primero el muslo izquierdo, luego el derecho. Los labios de la joven policía abandonaron las piernas. Volvió a sonreír cuando sopló suavemente hacia la vagina de la mujer. Arqueó la espalda sintiendo el aire rozar por toda la húmeda cueva. Rieron ambas.
Con ayuda de los dedos índice y pulgar, levantando la parte íntima, la lengua danzó de abajo arriba. Volvió a soltar un gemido. Intercambiaba caricias entre su lengua y labios, a veces introduciendo su lengua dentro a la vez que besaba la parte exterior.
Susana se alzó acercándose a Celeste. Ambas mujeres quedaron tumbadas frotando sus pechos levemente. Gozaban al sentir los pezones de cada una intentando dar placer a la otra. Las lenguas juguetearon entre sí. Susana deseaba que su jefa saboreara cada rincón de su vagina. La mano de Celeste bajó hasta el sexo de Susana acariciándolo mientras introducía dos de sus dedos dentro. El dúo se masturbaba mutuamente sin dejar que sus lenguas descansaran de lamerse.
Susana gateó por el cuerpo de la amante tumbada hacia arriba quedando su sexo sobre los labios de Celeste. Se retorcía con el movimiento de lengua de su amante. El olor a sexo inundaba la habitación. Lo percibía perfectamente. Ese olor tan lleno de una riqueza absolutamente sexual fuera de toda regla. Dos mujeres saboreando su piel, cada lugar de sus pechos, su tripa y sus labios. No hay nada como los labios de una mujer devolviéndole el beso a su amante, acariciándote tras el coito.


Sentado en el asiento del copiloto miraba el horizonte. El codo, de manera chulesca, apoyado en la ventana sin cristal. Era en sexto día que seguían a El Cables. Demasiados días para un pringado de poca monta. A su lado estaba sentado su compañero Pepe.
─Estoy muy dolido Dani. –miró a Daniel con gesto serio- ¿No te dije que ayer era el cumpleaños de mi hija? Como mi compañero no esperaba que no contestaras a mis llamadas. –dijo moviendo el cuerpo quedando justo frente al joven que ahora tenía los ojos cerrados.
Daniel se movió inquieto intentando darle la espalda a Pepe. Al ver que no contestaba, Pepe alargó el brazo cogiendo el dosier donde tenían todos y cada uno de los datos de El Cables.
─Este imbécil tiene un club nocturno, trafica con drogas e incluso vende bebidas alcohólicas a menores –dijo abriendo el dosier y mirando la foto de la persona en cuestión- Este es el peor de todos… ¿Te puedes creer que aún sigue suelto? –preguntó sabiendo que no recibiría respuesta alguna- Sin duda atraparé a este cabrón para hacer un mundo mejor a mi pequeña.
Pepe volvió a acomodarse colocando el pie derecho entre el cambio de marchas y la radio. Daniel miró los zapatos desgastados de su compañero durante unos segundos.
─Somos socios, somos compañeros de equipo –volvió a hablar Pepe- Hemos pasado por mucho juntos… ¿Al menos te sabes mi nombre? –preguntó incrédulo.
Daniel al ver que su compañero no iba a dejar de hablar, abrió la guantera sacando unos pequeños zapatos color rosa y blanco. Se los tendió en la mano mirándose durante unos pocos segundos. Pepe, con cara de tonto, miró los zapatos y se echó a reír.
─Mira estos zapatos… y los colores son perfectos –seguía riendo el hombre- Cuando la gente decía que te comías a tus compañeros fui el primero que se ofreció voluntario para ser tu socio. –antes de terminar aquella frase Daniel abrió la puerta- ¿Dónde vas? –preguntó agarrando de la vieja chaqueta de Daniel.
─A por un café –respondió con desgana.
─Vale, yo invito así tomo yo también algo –se metió la mano en el bolsillo buscando su cartera.
─Déjalo, voy solo –salió del coche.
Daniel llegó hasta la máquina expendedora de café. Pulsó el segundo botón, un café solo era lo mejor para aguantar las horas muertas vigilando sin hacer otra cosa más que eso. Lo malo de aquello era lo que tardaba en salir el café, era solo, sin leche, sin historias. Decidió sacar otro para su compañero, al menos como disculpa por no presentarse en el cumpleaños de su hija.
En el momento en que recogió el vaso de su compañero escuchó el grito de una mujer. Con los vasos de café en las manos, salió hacia la calle. Miró a todos lados hasta que encontró con un hombre tirado en el suelo junto a dos de pie, uno de ellos con un palo de golf.
─Pepe… -empezó a correr hasta ellos tirando los vasos de café antes de dar la primera zancada.
Los dos hombres al ver de Daniel iba a por ellos se metieron en el coche pisando a fondo y desapareciendo. Había sido El Cables junto a uno de sus lacayos, le vio perfectamente. Al llegar hasta el cuerpo de Pepe se encontró con que este bañaba su frente de color rojo.
Nervioso lo zarandeó varias veces pero no despertaba.
─Llamen a una ambulancia –gritó fuera de sí.
Más de una hora y media para que el doctor saliera a decir algo sobre el estado de Pepe. ¿Es que no sabían que eso desesperaba a los familiares y amigos de la victima? Debía de calmarse. Ya no se encontraba rastro del Daniel tranquilo y sosegado al que no le importaba nada.
Al fin se dio cuenta. Era su culpa, su maldita culpe. Que Pepe ahora mismo luchase entre la vida y la muerte era su jodida culpa.
Pasó sus manos por la cara restregándose enérgicamente. Jugaba con un mechero con las letras escritas por un rotulador permanente. ‘’No fumes’’. A menos de veinte metros, Miguel, el jefe de equipo paseaba de un lado a otro. Se miraron. Cuando parecía que Miguel empezaba a caminar hasta él una vez femenina le hizo parar, la mujer de Pepe llegaba.
Los médicos se pusieron de acuerdo con la mujer, salieron buscándola en el mismo instante en que ella cruzó unas palabras con el jefe de su marido.
─¿Cómo está mi marido? –preguntó con la voz quebrada.
─Hemos hecho todo lo que hemos podido… -hizo una pequeña pausa para seguir hablando- Lo sentimos mucho. –dijo el médico sujetando a la viuda a punto de desmayarse.
Pepe ha muerto. Ha muerto por su culpa y eso nadie se lo quitaría de la cabeza. Deja vú, esa eran las palabras idóneas. Era la segunda vez que alguien moría por su culpa.
Se levantó y corrió como nunca. Necesitaba huir. Era un profesional en salir corriendo cuando las cosas se ponían de color negro. Las escaleras de incendios fueron como una balsa en medio del océano cuando estás a punto de morir ahogado. Los cuatro pisos descendió, saltando de dos en dos las escaleras, rápido y con una precisión perfecta para no tropezar.
Las llaves guardadas en el bolsillo derecho de la chaqueta entraron en el contacto. Giró pisando el embrague. La palanca de cambios en marcaba el número uno. Aceleró. Con la mirada perdida se dirigía a buscar venganza. Se tomaría la ley con sus manos. Ya que ellos no hacían nada, él lo haría sin dudar en ningún momento ni por motivo alguno. En el salpicadero aún se encontraban los zapatos que le acababa de dar a Pepe unas horas antes como regalo para su hija. Ver aquello aumentó su rabia.
Saltándose varios semáforos en rojo importándole dos cominos los peatones, llegó hasta la discoteca del que es dueño El Cables. En la puerta no encontró ninguno de los porteros africanos que solía contratar.
Entró en el recinto. La música de fondo, algo hueca, saturaban a sus oídos. La cabeza algo ladeada hacia la derecha se alzó al abrir la puerta. La música a gran volumen no le embaucó y siguió buscando a su objetivo.
La gente bailaba en la pista saltando de un lado a otro. Caminaba por un pasillo que creaban las mesas colocadas a derecha e izquierda. Observaba los dos lados sin encontrarlo. Varias personas chocaron contra él, parecían bastante bebidas.
Tras empujar a último joven contemplo, frente a él, a El Cables. Se miraron. Los separaba treinta metros a lo mucho. Tenía tiempo para huir pero no le valdría de nada. Se sentía perfecto para correr kilómetros y kilómetros si era necesario, lo agarraría rápidamente.
El Cables, levantándose de la mesa en la que estaba sentado junto a dos chicas, salió corriendo por la puerta de empleados. Daniel lo siguió a toda velocidad. Atajó saltando varias mesas.
Corría por unas escaleras hacia arriba. No tendría escapatoria a no ser que saltara desde la azotea del edificio.
─¿Quién coño eres? –preguntó saliendo hasta la azotea.
Daniel se acercó hasta él haciendo que retrocediera al limite de caer hacia la calle. La caída no le haría morir pero si que dolería bastante. Algunos huesos rotos con fortuna. Tirarlo era lo más fácil en ese momento, un simple empujón y adiós. Pero no, necesitaba golpear cada rincón de ese cabrón para desfogar el dolor que le causaba la muerte de su compañero.
─¿Por qué? ¿Por qué los has matado? –preguntó acercándose lentamente.
─¡Yo no he matado a nadie! –gritó nervioso.
─El policía… -suspiró.
─¡Joder! –gritó pegándose en la cabeza- Me entregaré ahora mismo –colocó las manos en forma de cruz esperando ser esposado.
─¿Por qué lo hiciste? –preguntó Daniel.
─¡Fue un accidente! De verdad, no quería hacerlo –intentó disculparse.
─¿Por qué lo hiciste? –volvió a preguntar con la voz quebrada.
─No sabía que iba a morir… -seguía en sus trece- Vale, está bien. Compensaré a su familia, daré dinero de condolencia, eso lo arreglará.
─No solo mató a una persona… si no que estropeó todo –hizo una pequeña pausa conteniendo las lágrimas- Dejaste a una hija sin su padre… a una mujer sin su marido.
─¿Qué cojones estás hablando? Imbécil… -El Cables se puso altanero.
Si en algo era bueno, era en leer a la gente. Al ver como a Daniel le falló la voz por un momento intentó atacar. Un error por su parte.
─¡Detente! –gritó el jefe de Daniel llegando hasta la azotea –No hagas ninguna estupidez agente, no lo haga.
El Cables volvió a colocar las muñecas en cruz acercándose al recién llegado.
─Nos volveremos a ver. –se regodeó antes Daniel- Agente espóseme. –la felicidad de la cara no disminuía.
Era conocedor que saldría en pocas horas gracias al abogado que el dinero le sustentaba. No sería ni la cuarta, ni quinta vez que lo encarcelarían. Veinticuatro horas en el calabozo y luego a casa. Todo gracias a las leyes del país y que tan bien le venían.
Daniel miró al suelo y seguidamente al cielo. Esa noche la luna brillaba en todo su esplendor. Las escasas nubes no rompían la luz brillante que desprendía como un faro en la oscuridad de alta mar. Dirigió su mirada de nuevo a El Cables. Corrió hasta él, y abrazándolo, saltaron al abismo. No podía asegurar el tiempo que abrazó a su acompañante paseando hasta una muerte insegura. Salvo el estruendo al caer sobre un coche y el sonido del estallido de los cristales junto al metal doblarse tras la caída.
Al contrario de lo que dicen las personas que rozaron la muerte, no pasaron imágenes de su vida ante sus ojos. Solo el rostro de una bella mujer de ojos verdes que lo miraba con ternura. Ella, el amor de su vida y a la que él mató.

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